Preparar la Lectura, para la prueba.
DIEGO Y LA PIEDRA FILOSOFAL
La clase de ciencias era divertida; sin embargo, mientras la profesora explicaba las propiedades de la materia, Diego entró en una especie de encantamiento. Comenzó a imaginar que se encontraba en la edad media, dentro de un gran laboratorio que más bien parecía una cocina; lucía un abrigo grande y tenía un gorro gigante terminado en punta. Pensándolo bien, creía ser el hechicero de un rey.
Soñaba que preparaba una mezcla líquida y mágica dentro de una gran olla de barro, adicionaba ciertos elementos con un brillo metálico que le hacía resplandecer los ojos. Pasados unos momentos y con la olla al rojo vivo, los líquidos que tenía en el recipiente, comenzaron a hervir y un humo color púrpura se apoderó del ambiente. Diego se asustó y llamó a su ayudante, el pequeño Jerónimo, para que trajera algo de hielo y así reducir la temperatura de la preparación.
Cuando la mezcla estuvo lista, los metales que había depositado estaban fundidos, habían adoptado un color dorado; justo lo que deseaba lograr Diego. Lo malo es que ese material no era sólido como lo pretendía. Tenía el color del oro pero no la consistencia, así que el rey no iba a estar muy contento con su hechicero, razón por la cual Diego decidió realizar un último experimento.
Consiguió cinco ollas con hielo de los polos, sometió al frío intenso a aquella mezcla; era lógico que se solidificara, pero algo no andaba bien; ese oro líquido no parecía oro y empezaba a perder el color. Cada vez que se enfriaba se palidecía, ni siquiera tenía ya brillo, el frío afectaba algunas propiedades de la mezcla.
Diego se preocupó y de nuevo comenzó a calentar la olla; esta vez tampoco volvió a los colores originales, era probable que el cambio físico que había logrado se perdiera y en lugar de ello sucediera un cambio químico, que de alguna manera era irreversible.
Ante esta situación, Diego no tuvo más remedio que llamar al rey hasta su taller de inventos; estaba seguro que él no iba a perdonar su equivocación. El joven hechicero se preparaba para afrontar su destierro y esperó hasta cuando escuchó el timbre de la puerta. El timbre sonó tan fuerte que despertó a Diego; la clase había terminado. Durante varios segundos su profesora lo llamó, pero él tenía otra preocupación: no había encontrado la piedra filosofal.
Tomado de Biociencias 4º Editorial Voluntad.
DIEGO Y LA PIEDRA FILOSOFAL
La clase de ciencias era divertida; sin embargo, mientras la profesora explicaba las propiedades de la materia, Diego entró en una especie de encantamiento. Comenzó a imaginar que se encontraba en la edad media, dentro de un gran laboratorio que más bien parecía una cocina; lucía un abrigo grande y tenía un gorro gigante terminado en punta. Pensándolo bien, creía ser el hechicero de un rey.
Soñaba que preparaba una mezcla líquida y mágica dentro de una gran olla de barro, adicionaba ciertos elementos con un brillo metálico que le hacía resplandecer los ojos. Pasados unos momentos y con la olla al rojo vivo, los líquidos que tenía en el recipiente, comenzaron a hervir y un humo color púrpura se apoderó del ambiente. Diego se asustó y llamó a su ayudante, el pequeño Jerónimo, para que trajera algo de hielo y así reducir la temperatura de la preparación.
Cuando la mezcla estuvo lista, los metales que había depositado estaban fundidos, habían adoptado un color dorado; justo lo que deseaba lograr Diego. Lo malo es que ese material no era sólido como lo pretendía. Tenía el color del oro pero no la consistencia, así que el rey no iba a estar muy contento con su hechicero, razón por la cual Diego decidió realizar un último experimento.
Consiguió cinco ollas con hielo de los polos, sometió al frío intenso a aquella mezcla; era lógico que se solidificara, pero algo no andaba bien; ese oro líquido no parecía oro y empezaba a perder el color. Cada vez que se enfriaba se palidecía, ni siquiera tenía ya brillo, el frío afectaba algunas propiedades de la mezcla.
Diego se preocupó y de nuevo comenzó a calentar la olla; esta vez tampoco volvió a los colores originales, era probable que el cambio físico que había logrado se perdiera y en lugar de ello sucediera un cambio químico, que de alguna manera era irreversible.
Ante esta situación, Diego no tuvo más remedio que llamar al rey hasta su taller de inventos; estaba seguro que él no iba a perdonar su equivocación. El joven hechicero se preparaba para afrontar su destierro y esperó hasta cuando escuchó el timbre de la puerta. El timbre sonó tan fuerte que despertó a Diego; la clase había terminado. Durante varios segundos su profesora lo llamó, pero él tenía otra preocupación: no había encontrado la piedra filosofal.
Tomado de Biociencias 4º Editorial Voluntad.